Obscenity is a cleansing process, whereas pornography only adds to the murk. (Henry Miller)
Por fin (!!!), la Obscenidad también llegó al Perú, en forma del Proyecto de Ley No. 3621-2009 (pdf aquí), también conocido por "ley Belmont" por su autor intelectual, Ricardo Belmont (Alianza Parlamentaria). El proyecto fue aprobado por unanimidad por La Comisión de Justicia y Derechos Humanos del Congreso de la República hace una semana y ha desatado una polémica mediática, tanto en los medios tradicionales como en las redes sociales y la blogósfera peruana, por ejemplo aquí, aquí y aquí. El proyecto propone sancionar penalmente a los directores de medios de comunicación en los que se difunda contenido obsceno o pornográfico.
Por supuesto no fue el "Hermanón" quien inventó la Obscenidad (así, con mayúscula). Muy al contrario, es amiga de siempre de los congresistas y jueces de este mundo. Se la pasan chancho con ella, como nos cuenta, por ejemplo, el reportero Watergate Bob Woodward en su libro The Brethren, donde describe como los jueces encargados de los casos de Obscenidad que se debatían ante la Corte Suprema de los EEUU se sentaban a ver las pelas porno en cuestión, comiendo canchita y posiblemente haciendo alguna u otra cosita más debajo de sus togas - pero de eso no nos cuenta nada, son fantasías mías, altamente Obscenas. Buscando frases célebres sobre la Obscenidad en google encontré una anónima que parece ser tomada de estas sesiones de cine:
"Obscenity is whatever gives a judge an erection."Y este "whatever" nos lleva a otro tema relacionado con la Obscenidad. Ta que nadie parece saber muy bien de qué clase de bicho se trata, y por lo general tampoco sabemos muy bien cuales son las preferencias personales del juez de turno (menudo escándalo jurídico si lo supiéramos!). Por ejemplo, otra vez googleando, pero esta vez no por frases célebres, sino por imágenes que puedan sacarme de dudas, me encontré con esta señorita agripada y su muy respetable doctora. Les parece una escena Obscena? A mí, más bien, me da ternura, como que la quiero mandar a la camita para que descanse y se le baje la calentura... Pero no descarto la posibilidad de que algunos de mis lectores o lectoras prefieran mandarla a la camita para subirle la calentura. Eso sería Obsceno?
(La Obscenidad es cualquier cosa que le provoque una erección a un juez)
Wikipedia nos explica que el término de la Obscenidad se usa principalmente en contextos legales, por lo cual algunas normas básicas vienen al caso. También nos explica que en el derecho constitucional Estadounidense existe un concepto llamado vagueness doctrine (la doctrina de la vaguedad), que dice, básicamente, que un estatuto carece de efecto jurídico si es demasiado vago como para que el ciudadano promedio lo pueda entender, osea cuando dicho sujeto hipotético, ficcional, no pueda determinar con claridad por ejemplo quiénes son las personas reguladas por la norma, exactamente qué conductas quedan prohibidas por ella y cómo se penaliza su transgresión (que la expliquen mejor los abogados). Por supuesto, una norma como esta no existe solo en los EEUU, ya que se trata de un principio básico. En el caso peruano, el proyecto de ley propuesto por el congresista Belmont ha sido criticado aludiendo al mismo principio:
El artículo no define lo que se entenderá por obsceno o pornográfico. Su Exposición de Motivos, fuente indirecta, habla indistintamente de “escenas cargadas de erotismo escandaloso o aberrante”, “pornografía leve (la que se ve en algunos programas de televisión, diarios o revistas indecentes)” y de “atentados contra la moral y las buenas costumbres” por lo que poco ayuda en darnos un criterio certero. En otras palabras, se trata de un tipo penal abierto que deja un amplio margen de acción para que cualquier juez califique a su real saber y entender el contenido de los medios de comunicación. (Miguel Morachimo)Con respecto a las redes sociales y los nuevos medios de comunicación, se ha señalado la poca claridad de los límites de lo público y lo privado en dichos espacios de expresión:
Los congresistas que defienden este proyecto dicen que piensan en los niños. Pero los otorongos no piensan en los niños o no piensan a secas. ¿Se han puesto a pensar los padres del Patria qué pasaría si su proyecto se aplicase en el siglo XXI? A ver, ¿si pongo una calata en mi blog, voy preso? ¿Y si mi blog no está alojado en Perú, sino en un servidor en Suecia? ¿Y si la pongo en mi cuenta de Facebook? ¿Es público o privado? (Marco Sifuentes)
Los historiadores y historiadoras me van a perdonar la falta de fuentes si me atrevo a constatar que el tema de la vaguedad de lo Obsceno apareció en el mismo momento cuando nació el concepto de la Obscenidad (no sabemos exactamente cuándo fue eso). Y que desde ese día, docenas de moralistas profesionales han tratado de esclarecer el término, creando de paso algunas perlas humorísticas de singular gracia. Escribe por ejemplo Bob Woodward en The Brethren que en la Corte Suprema de los EEUU se proponían las siguientes reglas básicas para quienes, al verla, no la reconocieran:
La definición del Juez Byron White: "no puede haber ni penes erectos, ni coito, ni sodomía oral o anal. Para White, si no había ni erecciones, ni inserciones, significaba que no había obscenidad."
La definición del Juez Brennan, La Prueba de la Pinga Blanda (The Limp Dick Test): "no puede haber erecciones. Estaba dispuesto a aceptar penetraciones siempre y cuando las imágenes pasaran lo que sus ayudantes denominaron el estándar de la 'pinga blanda'. El sexo oral era tolerable siempre y cuando no hubiera erección"
(Oe, qué????? Cómo???? Esta, por teatro absurdo, es mi definición favorita)
La definición del Juez Stewart, La Prueba de Casablanca: " ... La reconozco (a la obscenidad/pornografía) cuando la veo." En Casablanca durante la Segunda Guerra Mundial, como subteniente de la Marina, Stewart había visto la pornografía local que sus subalternos traían. Conocía la diferencia entre lo más duro del hard core y mucho de lo que llegaba a la corte. Lo llamaba su 'Prueba de Casablanca'."
Sin duda dan risa estas definiciones. Sólo en Estados Unidos? No. Los otorongos peruanos no les tienen que envidiar nada a sus colegas del norte. Aquí van algunos de los intentos de esclarecimiento voceados durante los días pasados (in tenebris, in tenebris):
Habrán notado que lo que tienen en común estas definiciones es que se refieren a situaciones recontra específicas y que obedecen no al juicio del "ciudadano promedio" (que en la realidad viene a ser él del juez de turno), sino a las asociaciones momentáneas que ni se las creen los mismos congresistas. Segun la definición de Raúl Castro, por ejemplo, cualquier tango sería obsceno. En la definición de Belmont extrañamos que nos explique mejor en qué momento empiezan las relaciones sexuales (y también me gustaría saber si yo, siendo mujer, le puedo quitar la ropa a un jóven en un parque). Así no se hacen leyes.El congresista de Unidad Nacional, Raúl Castro Stagnaro, sostenía que el asunto debía determinarse con mayor precisión, pero aun así se atrevió a lanzar una definición:
“Por ejemplo, obscenidad podría ser la portada de un diario o un baile erótico de una vedette, por ejemplo, en posiciones que no son, pues, posiciones normales, sino son posiciones que inducen a determinados actos sexuales”
El humalista Víctor Mayorga declaró frente a Canal N que le parecían obscenos “las lisuras, las groserías, los anuncios de mujeres que invitan a encuentros”, mientras que para Rosario Sasieta (AP) lo es “el sexo explícito”.
El mismo Ricardo Belmont (AP) se hizo la molestia de ponderar los niveles de obscenidad de distintos actos: para él, no es obsceno que un joven bese a su pareja en un parque, pero sí que le quite la ropa y tenga relaciones sexuales con ella. (Sería interesante ver qué pensará de la reflexión de Laura Arroyo Gárate, de Menoscanas acerca de los besitos en público)
Queridos lectores y lectoras. Si han llegado hasta este punto (bravo!!!), sepan que este post viene con yapa. Les paso un extracto de un libro que estoy leyendo y que trata, entre otros temas, la historia de las leyes de Obscenidad en EEUU. Para que practiquen su inglés y para que comparen. Es muy divertido. Por ahí he añadido algunos enlaces a posts de la blogósfera peruana (y de otras blogósferas) que se me vinieron a la mente cuando leía el texto (y por ahí también hay algunos enlaces a tonterías, por la Obscenidad del placer, nomás). Y si hacen el esfuerzo de leer el texto completo, al final encontrarán otra yapa. Una que ha provocado un juicio por muy Obscena. Disfruten!!!
Bill Bryson: Made in America: An informal history of the English language in the United States.
Inevitably, all the loose talk of promiscuity and sexual assertiveness, and the growing availability of smut (an English dialect word related to smudge, and first recorded in 1722) in all its many forms brought forth a violent reaction. It was personified most vigorously in the beefy shape of Anthony Comstock, one of the most relentless hunters-down of vice America has ever produced.La otra yapa:
A former salesman and shipping office clerk, Comstock had little education - he could barely read and write - but he knew what he didn't like, which was more or less everything, including even jockstraps. As founder and first secretary of the Society for the Suppression of Vice, he lobbied vigorously for a federal law against obscenity. The difficulty was that the Constitution reserved such matters for the states. The federal government could involve itself only in regard to interstate commerce, chiefly through the mail. In 1873 it passed what came immediately to be known as the Comstock Act. Described as 'one of the most vicious and absurd measures ever to come before Congress', it was passed after just ten minutes of debate. In the same year Comstock was appointed Special Agent for the US Post Office to enforce the new law, and he went to work with a vengeance.
In a single year, Comstock and his deputies impounded 134,000 lb. of books, 14,300 lb. of photographic plates, almost 200,000 photographs and drawings, 60,300 miscellaneous articles of rubber, 31,500 boxes of aphrodisiacal pills and potions, and 5,500 packs of playingcards. (American Heritage, October 1973, p. 86) Almost nothing escaped his ruthless quest to suppress vice wherever it arose. He even ordered the arrest of one woman for calling her husband a 'spitzbub', or rascal, on a postcard.
By 1915 it had become Comstock's proud boast that his efforts had led to the imprisonment of 3,600 people and caused 15 suicides. Among those trampled by his zeal was one Ida Craddock, whose book The Wedding Night, a work of serious literature, had been found obscene by a jury that had not been allowed to read it.
Comstock's efforts were in the long run largely counterproductive. His merciless bullying earned sympathy for many of his victims, and his efforts at suppression had an almost guaranteed effect of publicising the attacked object beyond the creator's wildest dream, most notably in 1913 when he turned his guns on a mediocre painting by Paul Chabas called September Morn - which featured a young woman bathing naked in a lake - and made it a national sensation. Before the year was out practically every barber-shop and gas station in the country boasted a print.
Strangely, the one thing the Comstock Act did not do was define what constituted lewd, obscene or indecent material.
Congress happily left such judgements to Comstock himself. Not until 1957 did the Surpreme Court get around to considering the matter of obscenity, and then it was unable to make any more penetrating judgement than that it was material that appealed to 'prurient interests' and inflamed 'lustful thoughts'. In effect, it ruled that obscenity could be recognized but not defined - or as Justice Potter Stewart famously put it: 'I know it when I see it.' (The Economist, 14 March 1992, p. 51) In 1973 the court redefined obscene works as those that 'appeal to the prurient interest, contain patently offensive conduct, and lack artistic, literary, political or scientific value'. it was left to local communities to interpret these values as they wished.
Problems of definition with regard to obscenity are notoriously thorny. In 1989, following criticism of the National Endowment for the Arts for funding exhibitions of controversial works by Robert Mapplethorpe and Andre Serrano, US Senator Jesse Helms produced a bill that would deny federal funding for programmes deemed to be obscene or indecent. The bill was interesting for being a rare attempt to provide an omnibus definition of what constituted the obscene. Among the proscribed subjects were works of art 'including but not limited to depictions of sadomasochism, homoeroticism, the exploitation of children, or individuals engaged in sex acts; or material which denegrates the objects or beliefs of the adherents of a particular religion or non-religion; or material which denigrates, debases, or reviles a person, group or class of citizens on the basis of race, creed, sex, handicap, age or national origin'. At least America had a bill that stated the precise boundaries of acceptability. Unfortunately, as critics pointed out, it was also full of holes.
Quite apart from the possibilities for abuse inherent in open ended phrases like 'including but not limited to' and 'a particular religion or non-religion', the law if followed to the letter would have made it illegal to provide funding for, among much else, Shakespeare's Merchant of Venice, The Bacchae by Euripides, The Clouds by Aristophanes, operas by Wagner and Verdi, and paintings by Rubens, Rembrandt and Picasso. It would even have made it illegal to display the Constitution, since that document denigrates by treating them as three-fifths human (for purposes of determining proportional representation). The bill was rejected and replaced by one prohibiting 'obscene art', again leaving it to others to determine what precisely obscene might be, and trusting that they would know it when they saw it.
State laws regarding obscenity and morality are equally - we might fairly say ridiculously - prone to ambiguity. Two things are notable about such state laws: first, how intrusive they are, and, second, how vague is the language in which they are couched. Many go so far as to proscribe certain acts (for example, oral sex) even between consenting adults, even sometimes between husband and wife. Most states have laws against fornication and even masturbation lying somewhere on their books, though you would hardly know it, such is the evasive language with which the laws are phrased. One of the most popular phrases is 'crime against nature' (though in California it is 'the infamous crime against nature' and in Indiana 'the abominable and detestable crime against nature'), but almost never do they specify what a crime against nature is. An innocent observer could be excused for concluding that it means chopping down trees or walking on the grass.
Many others have laws against 'self-pollution', but again without providing a definition of what is intended by the expression. Occasionally statutes include a more explicit term like sodomy or masturbation, but often this serves only to heighten the uncertainty. Indiana, for instance, has a law, passed in 1905, which reads in part: 'Whoever entices, allures, instigates or aids any person under the age of twenty-one (21) years to commit masturbation or self-pollution, shall be deemed guilty of sodomy.' (Barnett, Sexual Freedom and the Constitution, p. 33) If, as the law implies, masturbation and self-pollution are not the same thing, then what exactly is self-pollution? Smoking a cigarette? Failing to bathe regularly? Whatever it may be, in Indiana at least as late as the 1950s you could spend up to fourteen years in prison for it.
In those few instances where states have tried to be more carefully explicit in their statutes, they have usually ended up tying themselves in knots. Kansas, for instance, gave itself a law that made adultery in the form of vaginal intercourse illegal, but not when it involved deviant sex acts. What is certain is that most people have broken such a law at one time or another. The sex researcher Alfred Kinsey, not normally a man to make light of such matters, once remarked only half jokingly that, with what he knew from his surveys, 85 per cent of the people of Indiana should be in prison and the other 15 per cent were anaemic.
The difficulty of course is that acceptable behaviour, not just in sex but in all things, is a constantly changing concept. Just consider the matter of beards. In 1840, Americans had been beardless for so long - about two hundred years - that when an eccentric character in Framingham, Massachusetts, grew a beard he was attacked by a crowd and dragged off to jail. Yet by the mid-1850s, just a decade and a half later, there was scarcely a beardless man in America. From 1860 to 1897, every American President was bearded. Or consider hemlines. In 1921, when hemlines began to climb to mid-calf, Utah considered imprisoning - not fining, but imprisoning - women who wore skirts more than three inches above the ankle. Virginia, shocked at the other extreme, introduced a bill that would make it a criminal offence to wear a gown that displayed more than three inches of throat. Ohio decided to leave women unmolested, but to go to the heart of the matter and punish any retailer found guilty of selling a garment that 'unduly displays or accentuates the female figure'. (Allen, Only Yesterday, p. 77) Such outrage wasn't reserved just for female attire. As late as 1935, any male venturing on to the beach of Atlantic City with a bare chest faced arrest for indecency. (Flexner, Listening to America, p. 62.)
In short, standards of acceptability constantly change. A period of repression is almost always followed by a spell of licence. The ferociously restrictive age of Anthony Comstock, which drew to a close with his death in 1915, was immediately followed by a period of relative abandon. Not only did hemlines climb to shocking heights, but young people, made suddenly mobile by the availability of cars, took to partying until all hours, drinking bath-tub gin, and engaging in heavy sessions of necking and petting - activities that had always existed of course but had only recently acquired such explicit labels. (...)
Esta serie de historietas Rupert fue publicada en OZ magazine y resultó en un juicio por Obscenidad, el OZ obscenity trial. Imágenes tomadas de aquí.
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